La verdad sobre la nariz de Pinocho

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Pregunte a la gente cuál es la moraleja de la fábula de Pinocho y, sin duda, la mayoría dirá que es un cuento de advertencia sobre la mentira. Sin embargo, la famosa nariz extendida del títere no aparece como detector de mentiras en ningún momento de la serie original, que terminó de forma sombría con dos villanos colgando a Pinocho de un árbol para que muriera. Fue tal la popularidad de la historia de la marioneta que se pidió a Lorenzini que reanudara la serie. Sólo en la segunda edición le crecía la nariz a Pinocho cuando decía una mentira, y no siempre.

De hecho, el tema principal de la historia es la importancia de la educación, de la que Lorenzini era un apasionado defensor. Lo que lleva a Pinocho de una desventura a otra es su reticencia a ir a la escuela. Las consecuencias de no recibir educación en la Italia de finales del siglo XIX quedan escandalosamente ejemplificadas en uno de los episodios más siniestros de «Las aventuras»: Pinocho y un amigo van al País de los Juguetes, pensando que es una especie de paraíso. Pero una vez allí, son convertidos en burros. Pinocho se libra por los pelos de ser sacrificado por su piel, pero su amigo muere trabajando, el mismo destino que, de forma menos dramática, esperaba a muchos trabajadores no cualificados en la época de Lorenzini.

En italiano, la palabra burro se aplica tanto a los que trabajan hasta la extenuación, o incluso hasta la muerte, como a los que no obtienen buenos resultados en la escuela, no necesariamente porque sean estúpidos, sino porque se niegan a estudiar. El punto de Lorenzini es que ser un burro en la escuela lleva a trabajar como un burro después. La única manera de evitar vivir la vida (y tal vez morir la muerte) de un burro es obtener una educación.

La educación también es fundamental para la conclusión del cuento de hadas, en la que Pinocho deja de ser una marioneta y se convierte en un niño. A siete capítulos del final, va a la escuela, destaca en sus estudios y se le promete su humanidad. Pero es entonces cuando comete un error casi fatal: elegir ir al País de los Juguetes, donde no se convierte en una persona sino en un burro. Tras otra serie de terroríficas desventuras, vuelve a estudiar, pero sólo cuando empieza a responsabilizarse de sí mismo y de sus seres queridos se gana el derecho a convertirse en un ser humano.

La moraleja de la historia, por tanto, no es que los niños deban decir siempre la verdad, sino que la educación es primordial, ya que permite tanto la liberación de una vida de trabajo brutal como, lo que es más importante, el conocimiento de sí mismo y el sentido del deber hacia los demás. El verdadero mensaje de «Las aventuras» es que, hasta que no te abras al conocimiento y a tus semejantes, seguirás siendo una marioneta para siempre: otras personas seguirán moviendo tus hilos. ¿Y qué, en estos tiempos cada vez más autoritarios, podría ser más ardientemente relevante que eso?

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