El propósito original de encerrar a una persona en una prisión no era castigarla, sino que era un medio para mantener detenido al autor de un delito hasta que se pudiera llevar a cabo el castigo real. Este castigo solía adoptar la forma de un castigo corporal destinado a causar dolor a la persona culpable, como los golpes con un látigo, o la pena capital, que utilizaba diversos métodos para cobrarse la vida de los condenados.
Londres es conocida como la cuna del encarcelamiento moderno. Un filósofo llamado Jeremy Bentham estaba en contra de la pena de muerte y por ello creó un concepto de prisión que se utilizaría para mantener a los prisioneros como forma de castigo. Bentham diseñó una instalación en la que los presos permanecerían durante largos periodos de tiempo. Su diseño pretendía que las personas encerradas nunca supieran si estaban siendo vigiladas por los guardias o no, lo que, en su opinión, permitiría a la prisión ahorrar dinero. Dado que los reclusos no podían saber con certeza cuántos guardias estaban presentes, Bentham razonó que sería necesario contratar menos funcionarios para mantener la paz. Al final, esta prisión nunca se construyó, pero el concepto de utilizar las prisiones como una forma de castigo a largo plazo se puso de moda.
En el siglo XIX, las prisiones se construían con el único propósito de albergar a los reclusos. Su objetivo era disuadir a la gente de cometer delitos. Las personas declaradas culpables de varios delitos eran enviadas a estas penitenciarías y despojadas de sus libertades personales. A menudo se obligaba a los reclusos a realizar trabajos forzados mientras estaban encarcelados y a vivir en condiciones muy duras. En poco tiempo, uno de los objetivos de la pena de prisión se convirtió en la rehabilitación de los reclusos. Mucha gente pensaba que el miedo a ser encerrado sería suficiente para disuadir a un preso de volver a cometer otro delito, pero otras teorías sostenían que debían introducirse políticas para ayudar a reformar a los presos antes de ponerlos en libertad. Estas políticas incluyen exámenes mentales, programas educativos y, a veces, incluso medidas mucho más drásticas como la terapia de electroshock. Un punto de vista opuesto a los efectos rehabilitadores del encarcelamiento afirma que el hecho de estar encarcelado hará que las personas se involucren aún más en la vida delictiva, ya que se ven envueltas en una sociedad criminal al convivir con otros reclusos. Independientemente de estas opiniones contradictorias sobre la rehabilitación de los delincuentes, el encarcelamiento sigue siendo una de las formas más comunes de castigo en todo el mundo.