Santa Bernadette Soubirous era una campesina pobre y sin educación, que vivía en el pequeño pueblo molinero de Lourdes, Francia. El 11 de febrero de 1858, cuando tenía 14 años, Bernadette disfrutó de la primera de muchas visitas de la Santísima Virgen María, que se le apareció mientras recogía leña con su hermana y una amiga. El mensaje de Lourdes era sencillo: oración y penitencia. En una de sus apariciones, la aparición se identificó diciendo: «Diles que soy la Inmaculada Concepción».
Pronto, miles de personas abarrotaron el prado con vistas a la gruta donde se apareció la Virgen María.
El párroco se encargó de que Bernadette recibiera la suficiente educación en la fe para celebrar su Primera Comunión y dispuso que ingresara en el tranquilo convento de San Gildardo en Nevers, Francia. Allí continuó su educación y, después de tomar los votos, sirvió a los enfermos y a las enfermas. Bernadette nunca volvió a Lourdes. Cuando le preguntaron por los muchos favores que la Virgen le había concedido, bromeó: «¿Qué piensan de mí? ¿No me doy cuenta de que si la Virgen me eligió fue porque era la más ignorante? Si hubiera encontrado a alguien más ignorante que yo, la habría elegido a ella». Muchos se encariñaron con Bernadette por su humildad, amabilidad y sentido del humor. Murió el 16 de abril de 1879, a la edad de 35 años, y sus últimos meses fueron de gran sufrimiento. Bernadette era un ser humano sencillo con una profunda fe en Dios: una santa al alcance de la mano. Fue reconocida como tal por la Iglesia Católica Romana cuando fue canonizada en 1933.